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Nº 21 Abril
3 millones de voces

¡Cuestión de probabilidades!

Teresa, Chelito y Carlota

Lo nuestro raya “en el irónico desafío de la probabilidad numérica”, véase: tener trillizas; menos de un 5% de probabilidad, nacer afectado de Aniridia, 1 persona de cada 100.000; un 0,001%; nacer afectado de Aniridia de manera espontánea, 1 persona de cada 3 afectados; en total: ¡un 0,0003%!

Conste que aunque aún compramos lotería para ver si desaparecen las hipotecas, con amenazantes tipos de interés subiendo, tenemos muy claro que la lotería nos ha tocado con nuestras hijas y muy especialmente con nuestra hija mayor Teresa.

Desde un principio nada fue fácil: desconcierto, temor, búsqueda de soluciones e incluso sentirme culpable por si había hecho algo mal durante el embarazo… Pero aunque como profesora enseño a mis alumnos que las auténticas recompensas provienen de las situaciones difíciles, uno nunca se imagina verse en una de éstas.

Las comparaciones entre nuestros tres bebés eran inevitables, y así descubrimos en sus primeras fotos que Teresa no tenía iris y que parecía que no veía. Nos parecía increíble, pues los médicos no percibieron la enfermedad a pesar de que pasaron su primer mes de vida en el hospital, y eso que fueron revisadas por el oftalmólogo “especialista”.

Ante el desconcierto, me metí en Internet y escribí la palabra “Aniridia” en la ventana del buscador de Google, tras pulsar “Enter” aparecieron sobre todo páginas norteamericanas - ¿Por qué no utilicé el traductor? ¡Todo estaba en inglés!-, de las que alcancé a entender que la Aniridia es una enfermedad rara por insuficiencia de proteína en el gen PAX6 con posibles múltiples complicaciones, etc. ¿Por qué le había faltado no se qué proteína? Y lo peor, Dios mío, ¿cuál sería en mi niña el alcance de esas complicaciones? Tras el desconcierto llegó el enfado, la impotencia y la sensación de desamparo…

La búsqueda de soluciones comenzó visitando a distintos oftalmólogos en nuestra ciudad, Granada, y luego en Barcelona, que supieran algo de la Aniridia y nos dieran algún tratamiento. El descubrimiento es que hoy día no hay tratamiento y la operación de cataratas congénitas es factible pero no aseguraba ningún éxito. Así las cosas, y estudiando las estadísticas en esos años 2003-2004, descartamos la operación hasta que sea adulta y la oftalmología haya avanzado más en este campo.

Nos lanzamos de lleno a educar a Teresa, y a sus hermanas Chelito y Carlota, de modo que conociera, asumiera y controlara en lo posible su enfermedad; a la vez que nosotros mismos, que éramos, además de padres novatos, legos en la materia.

Teresa, Chelito y Carlota

Nuestro temor ante la enfermedad fue Teresa quien se encargó de disiparlo. Incluso siendo un bebé cuando yo bajaba las persianas por la fotofobia - ¡que no tiene!- y estudiaba sus ojos para intentar averiguar el alcance de su visión, cambiaba su gesto seriecito a una sonrisa grande y preciosa que parecía decirme: “Carpe diem, Mamá, disfruta el momento”. Cuando tenía trece meses y sus hermanas ya hacían sus pinitos caminando, ella jugaba sentada a mi lado hasta el día que decidió lanzarse a gatear, llamé a su papá al despacho y los dos fuimos detrás de ella que chocó contra una pared en la esquina del pasillo, pero no le importó, rectificó y siguió descubriendo su casa por sí misma, le hicimos palmas y le decíamos: ¡Bieeen Teresa!, y los dos estábamos llorando de alegría.

Desde entonces no ha parado y nos enseña que las cosas no son fáciles, para nadie, pero que sus ganas van más allá de la dificultad; hasta los cuatro años no masticaba (luego nos dijeron que la hipersensibilidad del tacto, en este caso en la boca y manos, suele ir aparejada a la Aniridia), pero tras la terapia adecuada come de todo; al terminar infantil nos dijeron que no podría leer y escribir en tinta, pero ella me dijo que quería leer y escribir como sus hermanas, dos meses después lo hacía, y también está aprendiendo braille y audio, le encanta montar a caballo y está aprendiendo a montar en bici, y mil cosas más. Es precavida pero no se rinde y no acepta un no a pesar de la dificultad. Nos ha enseñado que el miedo es aprendido y siempre viene de fuera y que el buen humor te mantiene preparado para abordar los avatares de nuestra vida.

Ha heredado nuestro “quien quiere puede”, y nos ha mostrado que la vida es para disfrutarla y para aprender, cuanto más mejor.

Por tenerla con nosotros, es única entre 6 mil millones de habitantes en nuestro planeta, nos hace sentirnos los padres más afortunados.

lunes, 17 octubre 2022 10:33